Se abre el portón del pabellón y se empieza a sentir el grito de requisa. Todo el pabellón se convierte en un silencio, los guardias empiezan a abrir de 6 celdas por vez, para empezar su búsqueda.
Buscan quién sabe qué cosa, quizás una faca, un celular, droga, o un “pajarito” (bebida fermentada alcohólica, hecha en la cárcel).
A la hora de iniciar su trabajo, les llega el turno de revisar mi celda.
El guardia me dice “buenos días Trula”, devuelvo el saludo para romper el hielo, obvio re caliente, enojadísimo, porque esta situación le molesta a cualquier persona. Que te revisen las cosas invadiendo tu privacidad, pero mi contexto me hace entender que es lo que me toca.
El guardia comienza su búsqueda, yo solo lo miro. Primero la cama, saca el colchón de la celda y revisa mi ropa de cama, pone todo en una silla, continúa con mi ropa y le explico que si me desacomoda la ropa tiene que dejarla como está. Desde ese momento empieza una discusión, porque le explico que lo que esta desacomodando es mi ropa y varias de ellas me las regalaron personas muy allegadas, tienen un valor sentimental.
Continúa su búsqueda sin darme la menor importancia, pero cedió a dejar mi ropa como estaba, sigue con su trabajo y en un momento escucho al guardia que me dice “perdiste Trula”. Yo sé por qué me lo dice, encontró mi celular, inmediatamente le contesto: “no te aflijas que se gana y se pierde, hoy te toco a vos ganar, termina tu trabajo y tomate el palo de mi celda”.
Al saber que ya no tengo celular me invade la tristeza, no por perder el celular, en dos días compro otro teléfono. La tristeza es por lo que pierdo, fotos de mi familia en eventos que no volverán mas, a los que no asistí por estar en cana y lo único que me hizo viajar hasta ese momento fue una foto y una video llamada, donde pude ver a todos mis seres queridos por lo menos unos minutos.
Ahora solo me quedan en la cabeza las imágenes borrosas de mi familia, pasando un momento feliz. Donde, como siempre, no pude participar. Pero me acompañaba ese celular para poder ver y compartir una charla con mis seres queridos. La gorra se lleva parte de mi vida en ese pequeño aparato, algo tan pequeño que al perderlo es inevitable sentir una gran pena.
Se termina la requisa en mi celda y cierran las celdas, los guardias se van contentos con su papel de sabueso perro inteligente, yo los miro y crece un odio en mi corazón que lo controlo a medida que voy purgando mi condena.
Lo que se llevaron es material, me digo a mí mismo para consolarme. La verdad es que se llevaron fotos de mi familia, de mi novia, recuerdos de cuando estaba con mis padres, con mis hermanos, y disfrutaba de esos momentos. Pero solo se llevaron lo que se puede quitar o encerrar.
Lo que no pueden encerrar ni quitarme, es el amor que siento por mi familia y mucho menos borrarme los sueños de volver a compartir una comida juntos, abrazos con mis seres queridos, carcajadas, charlas con mis primos. De eso no podrán privarme ni estando el resto de mi vida en cana.