Por ejemplo, cuando comencé a estudiar mi carrera de Técnico Superior en Comunicación Social, yo ocupaba la mesa de ping pong del pabellón para estudiar, entre las 14 y las 16 horas. Entonces, mis compañeros del pabellón me permitían estudiar, sacrificando sus horas de recreación. Era una forma de tener empatía con el compañero que necesitaba un lugar para estudiar y lograr sus objetivos, esa muestra de respeto solo la vi en la cárcel.
Por otra parte, está la gente que trabaja en el Servicio Penitenciario, que también tiene mucho respeto por la educación en contexto de encierro.
Al Servicio lo describo como un cuerpo, si la cabeza funciona bien, el resto del cuerpo de mueve bien. De eso, uno se da cuenta a medida que va participando de las ofertas educativas que se tienen. Eso se puede ver con el actual Director, Ariel Ciares, quien -en mi caso- una vez me convocó a su oficina y me llamó la atención, porque hacía una semana que no concurría al terciario, por diferentes problemas. Recuerdo que en esa oportunidad me dijo: Si no volvés a tus estudios, tenés 5 días de castigo en el buzón y te mando a Ushuaia. Tenés que estudiar y cumplir con tus objetivos, porque todos los presos te siguen, ya que sos su referente”.
Igualmente, tenemos a la encargada del área de educación, la subadjuntora Silvana Detzel, quien también pone mucho empeño y respeto por la educación en contexto de encierro. Ella es la guía, la acompañante de cada uno de los internos. Recuerdo el día que me dijo: “Juárez sale de acá con su título o no sale de la cárcel y lo que necesite, lo puede pedir aquí y se lo damos, así que no tiene excusa”.
También está la gente que viene desde afuera, para ayudar y acompañar a los internos. Lo que voy a contar es algo muy loco, un día apareció una mujer que me voló la cabeza. Era una señorita de la Universidad, que preparaba su tesis sobre educación en contexto de encierro.
Ella estaba perdida, nunca había entrado en una cárcel y mi intención era ayudarla un poco. Le aconsejé que no hiciera una tesis sobre la educación, sino sobre el contexto de encierro en general. Tomó la opinión, y pasados los días, las semanas, los meses, iba siendo yo quien le aportaba para la tesis. Sin darme cuenta, en ese proceso yo la ayudaba a ella y ella me ayudaba a mí para aprender a estudiar. Además, me enseñó mucho sobre valores, lo que es la lealtad y una vida sin prejuicios. Hasta el día de hoy, la tengo como madrina de mis estudios.
A partir de estas experiencias, me di cuenta de lo importante de invitar a Educación a cada preso nuevo preso que llega para pasar una estadía en el penal. Porque la educación es un derecho, pero también es el primer encuentro con la inclusión social y también una puerta hacia una nueva vida, con otra clase de hábitos.
La educación en la cárcel, también es fomentada por los profesores que, día a día, vienen a dar sus clases. Son eminencias y yo por suerte tuve a las mejores y los mejores: Yolanda Dips, Ismael Isasmendi, Gabriel Alaba y María Lokvicic, entre otros, quienes siempre nos aclaraban que somos alumnos y que, al entrar al aula, dejamos de ser presos.
Gracias a todas esas personas que vienen a dejar algo de su tiempo a los penales, es que a cada uno de los privados de la libertad se los identifica como un ser aceptado y se logra el cambio que tanto esperan para su vida. El esfuerzo es de quien está preso, pero se involucra mucha gente que todavía tiene fe y confía que el cambio se puede dar, que las personas a veces hacen ingenuidades, se meten en la delincuencia por pertenecer a determinado grupo, porque quizás no conocen otra cosa o no tuvieron oportunidades y herramientas, como las que pude tener yo y otros egresados de la prisión.
En este mundo del revés, todavía hay personas que no están patas para arriba y siguen luchando por la inclusión social, ya que no bajan los brazos en su pelea. A ellas y ellos, gracias.
*Técnico Superior en Comunicación Social