De repente imaginé que apareciste, justo cuando menos te esperaban, cuando menos te buscaban, cuando la desesperanza iba a triunfar; definitiva. Apareciste allí mismo, en San Martín y Belgrano, cuando unos pocos pedían por vos, cuando los que siempre te buscaron reclamaban y deseaban que te busquen más.
Y entonces los que tantas veces hablaron sin saber se callaron, y los que perdían las esperanzas volvieron a creer. De pronto todo se iluminó, en esa misma esquina donde lágrimas cayeron alguna vez, por no verte. En ese mágico instante los que no te conocíamos te conocimos, y eras exactamente la que imaginamos, hermosa Sofía.
Un día me puse a pensar que por fin llegabas, y nos retabas por el tiempo perdido, por los años no vividos; pero igual nos sabías perdonar y desde esos ojos, que tanta veces miramos en tu foto, nos devolvías tu felicidad por el reencuentro.
Una mañana, de este septiembre primaveral y maldito, soñaba que podíamos recuperar la alegría de tenerte y podíamos volver a recuperar la certeza de no tener a ninguna niña perdida, la felicidad de quienes se saben familia completa. Aunque los diez años de ausencia no podrían olvidarse jamás.
Una tarde, como aquella cuando se comenzó a nombrar tu nombre y a tejer teorías, volví a creer que era posible. Entonces percibí que soñar que estabas era lo que correspondía, pensarte en una escuela era lo lógico, verte crecer con Giuliana era lo justo; porque no se puede comprender lo incomprensible.
Fue así que comencé a recuperar el aliento, las ganas de buscarte, el deseo de exigir por vos y reclamar que se sepa dónde estuviste y donde estás; porque tu ausencia no tiene justificativo alguno y la inacción de los que deberían obsesionarse con tu búsqueda tampoco.
Entonces sentí que al menos un poquito, muy poquito aún, comenzaste a aparecer. Sentí que no nos va a ganar el olvido ni lo urgente. Porque después de diez años, sigue siendo prioridad e imprescindible saber ¿Dónde está Sofía?