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Sociedad | 19 jun 2021

CENTENARIO DE LA CIUDAD DE RÍO GRANDE

Memorias de la ciudad: Ariela nuestra botera

Ariela es una antigua y reconocida pobladora de nuestra ciudad, quien realizó un labor muy importante para cruzar, desde el casco viejo hasta el Barrio CAP, o viceversa, la población de la época, cuando aún no estaba vigente el puente “General Mosconi”. Pero también hay un capítulo de anécdotas de su llegada a la isla y de su trabajo como botera.


Por: Diego Sebastián Videla

La señora Ariela del Carmen Saldivia, referente histórica de Río Grande, fue “botera” durante una década. Hoy la entrevistamos para el centenario de nuestra ciudad con sus casi 89 años. Esta mujer tuvo la experiencia de poder vivenciar, en carne propia, el auge de la actividad comercial y conociendo la necesidad de las personas, de aquel entonces, para cruzar el río, decide comprar  junto a su marido  el bote “El porvenir” para trabajar.

Doña Ariela,  oriunda de Chile más precisamente de Chiloé, nos cuenta la experiencia que significó para ella el desarraigo y la necesidad de buscar un bienestar económico. Entonces, decide migrar a la Argentina. Luego de un terremoto e inundaciones que sufrió  su país, llega con su compañero de vida, así como lo llama ella entre risas, a probar suerte. Nos cuenta que para ese momento solo había 4.500 habitantes y una importante demanda para trabajar.

La antigua pobladora, añade que en esa temporada llegó con su marido a trabajar en la esquila de las estancias que para ese entonces le decían “zafra”. También nos aclara, que su esposo, había estado antes trabajando en la Isla como peón. El marido decide irla a buscar a Chile para que vengan a trabajar juntos, allá por los años 60. Agrega, con cierto humor, que aquella vez no tenía plata para el pasaje pero que su padre se lo paga, ya que él antes había venido al país pero a trabajar en la provincia de Santa Cruz y le decía que la Argentina era muy linda.

“Después del terremoto de Chile, él decidió venir acá pero conmigo para probar suerte, una temporada para ver cómo nos va. Se ve que a mí me fue bien y no volví nunca más. Éramos 4500 personas, en el año 60 hicieron un censo. Toda la gente era rica y necesitan a los pobres para trabajar”.

 

Conexión

 

 En esa época era muy frecuente que llegaran personas desde muchos lugares para trabajar, generalmente, en las estancias, brindando la mano de obra a los estancieros. “Vinimos en barco hasta Punta Arenas, vinimos en el Villarrica, todos bajo bodega. Venían unas gitanas, una me leyó la mano y me dijo: te van hacer una traición muy grande, por mi marido. Vinimos acá, a la casa de un primo conocido,  un 20 de octubre, en primavera. Y a  la semana me fueron a buscar para trabajar, yo tenía un chico y me fui con mi hijo, al hombro, a trabajar para la casa del Dr. Pacheco; ese fue el primer trabajo que tuve. No había diferencias, comíamos todos juntos en una mesa”.

Uno de los lugares más antiguo de nuestra ciudad es el CAP, el ex frigorífico de nuestra ciudad. El mismo, cuenta con muchas historias y memorias, dentro de ellas, se encuentran las hazañas y travesías de nuestra botera. Es ahí donde comenzó la historia de nuestra ciudad, puesto que el frigorífico significó, en sus primeros años de vida, un centro mercantil y ganadero de gran importancia para el crecimiento de Río Grande.

Ariela nos relata que cuando llegó a nuestra ciudad, antes de la construcción del Puente General Mosconi, trabajó durante dos años y medio como ama de casa para la familia del Dr. Pacheco. “Ahí fue cuando mi marido se compró el bote. Del otro lado del CAP, había un hotel y ahí llegaban los barcos de Buenos Aires. No hacía falta nada, había sobra de todo; se quedaban una semana porque  traían las cosas, descargaban todo ahí y volvían a cargar. Desde que empezó el frigorífico habían botes para no dar toda la vuelta, habían poco autos y salía muy caro. El CAP puso un almacén y ahí comprábamos todo, incluso la gente del centro, porque vendía más barato”.

 

Emprendimiento

 

Ariela fue una de las últimas boteras que trabajó como tal, hasta la construcción del puente que conecta el centro con la Margen sur. En ese tiempo, ella decidió junto con su marido comprar el bote a su patrón porque vieron la necesidad de ayudar a las personas de debían cruzar a la margen sur. Solicitan a la  Prefectura Naval permiso para instalarse del lado de la margen y  en una humilde casita y comienza su maravillosa travesía de levantarse temprano para cruzar. Las personas preferían cruzar al CAP para comprar en el almacén, donde salía mucho más barato la mercadería. Relata que solo le tomaba diez minutos cruzar desde la cercanía del club de pesca con mosca, hasta donde se encontraba el muelle.

A través de su entrevista podemos revivir la experiencia de cómo se movilizaban la gente de aquella época hace, aproximadamente, sesenta años. En ese tiempo, llegaban los barcos con insumos como alimentos, maderas entre otros. Ella nos cuenta que la actividad comercial del frigorífico hacía que llegaran barcos en la zona del muelle donde atracaban y dejaban mercaderías. Así como también se llevaban las carnes faenadas de las distintas estancias. Los trabajadores que estaban en aquel lado de la ciudad se les complicaban pagar un medio de transporte que le tomaba cerca de 22 kilómetros dar toda la vuelta, por el camino viejo del puesto de control policial José Menéndez. Aquella tarea dificultaba emprender la vuelta al pueblo por el gasto que ocasionaba. En esos tiempos había muy pocos autos.

“Al año mi marido compró un auto, fue su perdición; el hacía un viaje, mientras yo hacía ocho con el bote. De las 4 horas que me sobraban cuando salía de trabajar hacía de todo, pan, torta fritas, a veces tenía que lavar la ropa del administrador del hotel. Una vez hasta 80 juegos de sábanas tuve que lavar. A veces me acuerdo de aquellos tiempos, no sé cómo hacía todo eso. Trabajé hasta el 74 más o menos, 10 años. Un día cruzando, me dice un hombre yo te ayudo a remar, entonces se puso a remar y fue más el tiempo que perdimos porque yo cruzaba en 10 minutos”.

Nuestra “botera”, a quien tuvimos el placer de entrevistar para poder escuchar  sus memorias de vida, fue un mujer que tuvo que remar contra con el río soportando el frío extremo. Así como ella, hay  más personas que forjaron las historias y experiencias de nuestra ciudad. Por esto es importante que la comunidad riograndense puedan mantener viva en su memoria, una historia como esta, valorando el esfuerzo de los primeros pobladores. Porque simbolizan la historia de nuestra ciudad.

 

*Nota realizada por estudiantes de Prácticas Profesionalizantes II de la Tecnicatura Superior en Comunicación Social del CENT 35

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