Opinión | 9 mar 2024
“HISTORIAS DESDE ADENTRO”
La monotonía sin fin entre rejas
En otra entrega, “Trula” Juárez nos relata las vivencias de un preso y la particular monotonía de un día en el penal. “Es una cárcel y todo puede cambiar en un instante”, advierte el autor.
Por: "Trula" Juárez
Empieza el día a las 8, el preso escucha a lo lejos el ruido de las cerraduras de las puertas. Que son de una chapa casi blindada, que demoran en abrirse y se hace más dura la espera de tu mínima libertad. Una vez abiertas todas las celdas, empieza el día en el penal.
El preso abre la ventana de la celda, donde puede disfrutar de la brisa que le roza la nariz y eso será lo más cercano que estará de la libertad, por lo menos este día.
En el pabellón, solo se escucha el ruido de la pava eléctrica, que no deja de calentar agua para los mates de cada ranchada. El saludo de buen día, que siempre termina en el choque de cabezas amistoso, es el que te indica cómo será tu día, tranquilo o a todo ritmo. Ese saludo, te pone en evidencia cómo sigue el día.
Prácticamente, en este penal los días son mayormente iguales. Los presos que trabajan en la cocina, se asoman a la puerta a pedirle al llavero que los anuncie para ir a la cocina. Después de la hora de apertura del pabellón, un guardia se acerca a las rejas y llama para ir a trabajar al taller.
Los demás internos, los que no trabajan, miran las noticias con unos mates, rara vez acompañados de una galletita. La escena es para un cuadro, todos unidos, pero es una cárcel y todo puede cambiar en un instante. Tal vez por un simple partido de truco, o por el ingreso de alguien preso por robarle a una mujer, por un delito contra la niñez o por abuso. Enfrentamientos, que nunca pasarán a mayores entre ranchadas.
A las 10 de la mañana, desde mi celda suenan cumbias enganchadas. Suenan desde ese horario, porque recién desde ese momento se puede poner música para respetar “el sueño del preso”.
Mientras suena la música, suena el rejero que llama a alguno de los internos para entregarle “cartitas del juzgado”, notificaciones o también el jefe de requisa, negando a los privados de la libertad algún pedido de beneficios que hicieron. Empieza el momento de discusión de los presos con los guardias, por la negativa de los pedidos. Obvio que el jefe de requisa brilla por su ausencia, dejando toda la bronca a los agentes de la guardia que son sus subordinados. El jefe está en otro lado o ya se fue, según la guardia.
Pero el preso siempre tiene un as bajo la manga, que es el jefe de seguridad interna que seguro dará el sí, para evitar problemas. Obviando la negativa del jefe de requisa, terminando el altercado con los internos que se preparan para ir a estudiar. Algunos a la primaria, otros secundaria y el resto terciario. Tras una decisión de los internos del pabellón de conducta donde vivo, el que no estudia, no trabaja o no hace deporte, no puede vivir ahí.
Todos vuelven a las 22, se cena y empieza el momento de distracción. El juego de póquer, truco, ajedrez, algunos leen o ven TV. A las 22:45 llega la hora del engome, cada uno a su celda y se cierran. Entonces, cada interno queda solo, escuchando el golpe fuerte y agrio de los cierres de las celdas. Y entonces, volver a estar en cana, solo, con la ventaja de que ya mermaste un día más de tu condena.