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Opinión | 19 mar 2020

Coronavirus y el fin del mundo

Para comprender el coronavirus desde este rincón del mundo donde todo parece estar tan lejos pero a su vez estamos tan expuestos, debemos saber que hay factores claves a tener en cuenta. El encierro propio de la zona en aumento ante la llegada del invierno que a su vez nos deja muy pocas horas de luz; la falta de médicos -un eterno problema- y un sistema de salud con tan solo 40 camas disponibles para atender una pandemia, son algunos de los factores que obligan a extender la cuarentena más que en el resto del país, mientras la crisis económica local estremece el bolsillo de los trabajadores y genera un clima de caos social en puerta.


Por: Pablo Ibañez

Todo asegura una extensión de la cuarentena para el país y para Tierra del Fuego principalmente, porque el virus muere a los 25 grados de temperatura, algo que en la Isla -con mucha suerte- se puede dar dos o tres días en el año. Esta extensión también aumentará la incertidumbre y continuará dejando a trabajadores sociales, monotributistas, cooperativas y empresas que estaban o estarán al borde de la quiebra. Que si no los mata el virus, los matará el hambre, aseguran.

El caos social sin dudas es un factor posible, y si bien estamos ante una pandemia -algo desconocido, invisible y único en nuestra historia contemporánea- desconocer al otro, mirar para el costado o estar en modo de “campaña electoral”, debe ser pasible de algún tipo de castigo o al menos de reflexión.

Políticos y empresarios, son quienes se disputan el poder de decidir quién se contagia y quién no, dejando en pausa por 15 días los sueños de recuperar el bastardeado salario de los trabajadores. Pero también queda expuesta la necesidad de comenzar por decidir condiciones de trabajo que prioricen la salud, como por ejemplo, la reducción de la jornada laboral, el doble periodo vacacional de inverno y verano, las licencias extras pagadas y tomarse todos los feriados existentes.

Tal es así que, hartos de estas condiciones y ante una pandemia, los trabajadores metalúrgicos de Río Grande abandonaron las fabricas antes que el Gobierno provincial -anticipando al nacional- definiera por fin suspender la actividad privada. Es lógico pensar que continúen las actividades para garantizar la provisión de los alimentos y medicamentos pero seguir fabricando autopartes, televisores, celulares y aires acondicionados, en condiciones de hacinamiento como las que tenemos en los galpones de las fábricas, no debía permitirse.   

Sin embargo, para los industriales locales, tomar ventaja sobre los trabajadores es su principal virtud. Siempre son ellos los que salen a buscar mejores condiciones fiscales, congelaron el salario y cedieron hasta el límite, su vida, ante una pandemia.  Por eso muchas fábricas siguieron y siguen trabajando, y las que no, pretenden volver a la actividad cuanto antes, improvisando en sistemas de rotación del personal y de un control estricto, garantizando cualquier riesgo -según ellos-, pero sin lugar a dudas, abriendo la puerta nuevamente, al virus.

Como siempre, los “fabricantes fueguinos” mostraron la hilacha de la miseria desde el primer momento ofreciendo taxis, amenazando a los operarios contratados y delegados para frenar la multitud que había decidido en asambleas, por primera vez en la historia priorizar la salud sobre la producción. Sin embargo, desconociendo la determinación de los trabajadores y pretendiendo asegurar un breve retorno, el presidente de la cámara empresarial habló de una “paranoia”.

Comprender la vida con calidad, parece ser todo lo contrario a vivir en el extremo sur del mundo. Un ejemplo social de ello es que los médicos, conocedores de la salud, no quieren venir a trabajar a la Isla a pesar de los mejores salarios que se ofrecen en comparación a los del norte. Vivir sin recibir luz solar la mayor parte del año, comer las frutas y verduras que se cortan verdes y que maduran en el viaje, la carne en bolsa o congelada, la ropa como abrigo indispensable para salir a la calle y rindiendo plegarias eternas para que no te falte gas, son algunas de las condiciones a las que nos enfrentamos las y los fueguinos.

Los fueguinos vivimos de alguna manera, permanentemente engripados. Nuestro débil sistema inmunológico, en gran parte producto de la mala calidad de los alimentos, es consecuencia también de la falta de ejecución de proyectos en función de la geopolítica estratégica de conexión, en su sentido más amplio, con el resto del país y a su vez, el comercio con el resto del mundo, dependiendo en gran parte de la explotación de los mares del sur y el futuro respecto a la Antártida. Pero la pandemia en materia de soberanía merece un capítulo aparte.

Condiciones que escapan a esa visión desde el centralismo porteño que deja la mayor parte de las decisiones en manos del espectro político, académico, social y cultural concentrado en Buenos Aires y que desconoce nuestra provincia; es el mayor riesgo que siempre hemos tenido y que hoy debemos analizar desde el interior del país, pero principalmente desde este extremo.

Necesitamos jugarnos por el otro hasta que duela, caso contrario esa imagen de la Madre Teresa curando a los leprosos puede ser nuestra realidad a corto plazo. Que lo estético quede solo en la naturaleza y desarrollemos otras virtudes. Analizando las ganancias económicas como inversiones para la vida, y que las mismas nos unan a todos, para que dejemos de ser lobos del propio hombre y pasemos a ser fielmente hermanos. Como el reconocido faro que ilumina a los navegantes de los mares australes, que por fin lo esencial sea visible a los ojos.

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